Esta historia es real, y doy fe de ello con sangre y saliva según el juramento güarrano.
Esto ocurrió en un viaje que hicimos cinco amigos por Europa.
En París, habíamos alquilado una habitación para cinco personas en un hotel del centro, pero como el recepcionista no tenía muchas “luces”, nos dio dos habitaciones en las que nos acomodamos tres en una y dos en la otra.
Hasta aquí, todo de maravilla.
La historia comienza en la habitación ocupada por tres de nosotros.
Al mirar en el cuarto de baño, nos dimos cuenta de que no había toallas.
Dos se quedan en la habitación, y la tercera persona cuyo nombre no quiero dar, por tener reservado el derecho a la clandestinidad, baja a recepción que se encontraba tres pisos mas abajo, para pedirlas.
El “recepcionista”, que solo hablaba francés y un especie de frankinglish desvirtuao, no la entendía, y nuestra colega, recurre a explicárselo haciendo gestos de secarse la espalda con una toalla, mientras se lo intentaba hacer entender en un spanglish afrancesado. Lástima no haber estado pa verlo.
En un momento de lucidez, el joven lo entendió, y en un perfecto francés dijo: “Eso no es posible, voy ver” y se encamina hacia el ascensor acompañado de nuestro integrante, que empieza a pensar que en la habitación hay cosas que el muchacho no debe ver, bajo ningún concepto, y en un perfecto español le dice: “voy por la escalera” y empieza a subir las escaleras con la intención de llegar antes, para avisar de la llegada del recepcionista.
Acto seguido, el de las “pocas luces” empieza a subir las escaleras corriendo, y nuestra amiga que se percata, también empieza a correr escaleras arriba como si le persiguiese el mismísimo recepcionista.
Lamentablemente, el francés corría mas, llegando los dos a la par, declarando un empate en toda regla.
Pero aún quedaba una posibilidad. Avisar a los de dentro, de quienes estaban fuera.
Y el miembro de nuestro grupo dijo: “venimos todos”, y no lo entendió nadie, ni siquiera el francés.
Hubiese podido decir: “viene conmigo el tonto del culo del recepcionista, escondedlo todo antes de abrir”, pero la verdad es que no ocurrió así.
El caso es que al abrir la puerta se encontraron de frente con “la sorpresa”.
El tío se mete de repente directo al bater (WC) y empieza a buscar.
Por supuesto que sobre una de las camas, estaba expuesto todo es material que el “lince” no debía ver.Con gran arte torero, el de dentro, se coloca delante de la cama con una mano ocupada en la espalda, para que no viese lo que había en ella, y con la otra, le da un pase de muleta en otra dirección para desviar su mirada, cosa que funcionó a la perfección.
Al final pareció entender que nosotros no habíamos robado las toallas.
Al día siguiente al ir a pagar la factura, lo único que conseguimos que entendiese fue: “le facturé”.
En el fondo era todo un profesional. ¿O no?
Por La Quinta de Waken
1 comentario:
No son mis historias, pero aquí siempre hay lugar para mis amigos. Gracias por dejarmelas.
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