En un mundo no tan lejano, existía un taller de costura de fama universal. La estrella del taller era un joven diseñador digamos que francés. Se puede decir que era un verdadero genio, y tenía un formidable equipo de ayudantes, jóvenes promesas salidas de las mejores escuelas de diseño de New York y Londres. Como en todos los talleres, había un grupo de costureras, que cosían y cosían por 10€ al día.
Los ayudantes eran amables con las costureras, y éstas respondían proactivamente a todas las demandas de estos jóvenes talentos a los que sin duda respetaban y admiraban. Las costureras trabajaban en el sótano del taller, de forma independiente y aislada a la parte superior, donde se diseñaban esos vestidos que luego verían en "las revistas".
Los diseñadores solían asomarse al sótano para concretar los detalles de sus creaciones, pero raramente miraban a las costureras a los ojos. Si lo hubiesen hecho, habrían detectado que la escasa luz "casi" se los había cerrado.
Llegaban los carnavales, y los pedidos del taller se multiplicaban, ya que todos "los grandes nobles" querían asistir a la "Real baile de Carnaval". Por ello, trajeron del mismo París otra diseñadora con objeto de incrementar las creaciones para atender la creciente demanda. Las costureras la vieron a través de un ventanuco que daba a la parte superior, pero nadie bajó a presentarla, no lo estimaron "prioritario".
Llegaba el día del baile, y para reconpensar el trabajo de las costureras "el equipo de diseño" pensó "Vamos a invitar al equipo de costura al baile". Era una invitación selecta, pero no gratis, ya que este baile era benéfico y todos tenían que pagar 50€. Pusieron un precioso cartel a la entrada del taller, con góticas letras doradas indicando que toda costurera que quisiera por invitada se diera.
Llegó el día del baile y las costureras no fueron, no estaban para disfraces.
Las costureras no querían asistir al baile, tan sólo querían que se ampliara el ventanuco, y que por fín ese "rayo soñado de luz" llegara con fuerza a su oscuro sótano, algo que se podía saber con tan sólo una mirada.
4 comentarios:
muy bonito.
Las costureras del cuento ya no están en el taller. Por aquello de la deslocalización y por reducir costes, la empresa de moda se llevó la producción a una fábrica de Cantón, en el este de China. Allí viaja el orondo empresario dos veces al año y es agasajado con grandes comidas y pequeños placeres para atender su egolatría. En esa fábrica china hay dos secciones. En la primera, la que le enseñan al occidental, doscientas mujeres se afanan en turnos de diez horas cosiendo los patrones que llegan desde la oficina de diseño de España. La segunda sección, me lo confesó personalmente el propio empresario, está siempre cerrada. Una vez, casí sin querer, vio como de ella salían autobuses repletos de niños. El costo de la ropa se ha mantenido en las tiendas porque el cambio euro/dolar es muy desfavorable. Los beneficios del empresario, al no tener a gente en nómina y ahorrarse la Seguridad Social, han aumentado en 50%. En la ropa, por una triquiñuela legal, sigue poniendo Made in Spain, por lo que cuando la compras en Grandes Almacenes te vas con la conciencia tranquila a casa. Ningún niño ha sido explotado en su confección...
esto, que parece un cuento de hadas, es mucho menos bonito, es tan sólo la realidad
Saludos John, cierto esa es la realidad.
El dinero es la mano que mueve el mundo.
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