Erase una vez una pequeña localidad llamada Cernégula y
situada en la zona de Alfoz de la provincia de Burgos. Cernégula era una
localidad de unos 100 habitantes, los mercados importantes se celebraban en
localidades a más de 100 km lo que en esa época hacía a Cernégula una localidad
poco transitada. Allí vivían sus gentes ajenas a la ortodoxia cristiana y
vivían tranquilos en su reducida sociedad matriarcal. Al ser una sociedad
matriarcal, las mujeres tenían más voz y peso que en el resto de Burgos, habían
conservado la sabiduría que habían recopilado sus antepasadas y eran capaces de
curar la mayoría de las dolencias que en otros pueblos causaban más de una
muerte. Vivían en la paz de sus recetas mágicas y danzas purificadoras, hasta
que empezó la caza de las brujas.
La religión tenía prácticamente controlada a la sociedad, y cuando llegaron a ese control casi total es cuando empezaron a preocuparse por eses pequeños focos de creencias y vivencias diferentes que les impedían pasar por su aro. Entonces empezaron a escuchar historias de mujeres que se reunían en un pequeño pueblo de burgos y preparaban oscuras pócimas que embrujaban bailando desnudas en un lago a la luz de la luna nueva. Empezaron a correr el bulo de que todos sus ungüentos y remedios hechos a partir de las plantas que la naturaleza les proporcionaba en sus bosques eran venenos maldecidos por "El Señor de las Moscas", Belcebú.
Ajenas a todo el revuelo que se estaba produciendo en
castilla, las mujeres de Cernégula siguieron a lo suyo, y siguieron celebrando
sus quedadas con otras mujeres del norte que tenían las mismas inquietudes que
ellas, llegando a celebrarse todos los aquelarres del norte en la laguna de
esta pequeña localidad, la charca.
La inquisición mandó a uno de sus paisanos, al burgalés
Alonso Salazar Frías, el objetivo era claro acabar con todo el foco de
infección, y en caso de duda si había que quemar todo el pueblo ser quemaría.
Alonso era una hombre de principios y estaba convencido que la brujería estaba
pudriendo los pueblos cristianos, pero sus principios empezaron a tambalear
cuando llegó a Cernégula.
Lo primero que hizo cuando llegó es montar una asamblea con
los habitantes para que fueran estos los que le narraran con todo detalle qué
clase de crímenes se estaban produciendo en la famosa Charca de las brujas,
pero en esa asamblea solo le contaron historias de articulaciones curadas, e infecciones
sanadas, todos y cada uno de los habitantes tenía una dolencia que habían
curado las mujeres que danzaban bajo la luna. Viendo que por esa vía no iba a
llegar a ninguna prueba incriminatoria, decidió encerrar a aquellas mujeres
etiquetadas como brujas e interrogarlas en privado y allí conoció a Muniadona
de la Charca.
Muniadona vivía en una pequeña casa de piedra cerca de la
Charca, nunca se casó, y vivía con otra mujer que se había quedado viuda con
una hija a la que acogió al no tener recursos. Había aprendido de su madre a
hacer ungüentos y jarabes que está a su vez había aprendido de su madre, y así hasta
llegar a la primera de sus antepasadas. Pocas mujeres de esa época sabían leer
y escribir por lo que todo ese conocimiento se había transmitido oralmente.
Alonso Salazar solicitó hablar con la líder de las brujas y todas miraron a Muniadona, y comenzó el interrogatorio. Muniadona le contaba sus rutinas, cómo se levantaba temprano para recoger menta y salvia con gotas de rocío que infusionaba y tomaba para evitar los dolores de garganta, cerca de la charca recogía cola de caballo ideal para la gota del panadero, y tomillo que siempre venía bien para curar heridas. Cuantas más rutinas le detallaba Muniadona a Alonso, más se incrementaba su conflicto interno, esa mujer lejos de dañar vivía para ayudar a sus vecinos, puede que sus remedios fueran brebajes de oscura efectividad pero sin duda mal no hacían, no encontraba por ningún lado, sangre de recién nacidos, ni sacrificios extraños, tan solo recogía lo que la naturaleza le aportaba, y si todo era creación del señor, ¿que mal tenía usarlo?
En su informe declaró inocentes a todas las brujas allí encarceladas, 20 mujeres de 12 a 60 que se reunían en la charca compartiendo recetas, ungüentos y danzas alrededor de una hoguera, pero la inquisición no se sintió satisfecha, quería acabar con ellas.
El jefe de la inquisición mandó otro destacamento, y
haciendo caso omiso de la recomendación de Alonso Salazar, organizó un falso
juicio y la quema de las 20 mujeres.
Dicen que si vas por la charca, en las noches más oscuras, cuando no se ve ni la luna se escucha un cántico de mujer y los lloros de un hombre, los cantos de Muniadona y los lloros de Alonso, que afirmó que “no hubo brujas ni embrujadas en este lugar hasta que se empezó a escribir sobre ello”