
Los ayudantes eran amables con las costureras, y éstas respondían proactivamente a todas las demandas de estos jóvenes talentos a los que sin duda respetaban y admiraban. Las costureras trabajaban en el sótano del taller, de forma independiente y aislada a la parte superior, donde se diseñaban esos vestidos que luego verían en "las revistas".
Los diseñadores solían asomarse al sótano para concretar los detalles de sus creaciones, pero raramente miraban a las costureras a los ojos. Si lo hubiesen hecho, habrían detectado que la escasa luz "casi" se los había cerrado.
Llegaban los carnavales, y los pedidos del taller se multiplicaban, ya que todos "los grandes nobles" querían asistir a la "Real baile de Carnaval". Por ello, trajeron del mismo París otra diseñadora con objeto de incrementar las creaciones para atender la creciente demanda. Las costureras la vieron a través de un ventanuco que daba a la parte superior, pero nadie bajó a presentarla, no lo estimaron "prioritario".
Llegaba el día del baile, y para reconpensar el trabajo de las costureras "el equipo de diseño" pensó "Vamos a invitar al equipo de costura al baile". Era una invitación selecta, pero no gratis, ya que este baile era benéfico y todos tenían que pagar 50€. Pusieron un precioso cartel a la entrada del taller, con góticas letras doradas indicando que toda costurera que quisiera por invitada se diera.
Llegó el día del baile y las costureras no fueron, no estaban para disfraces.
Las costureras no querían asistir al baile, tan sólo querían que se ampliara el ventanuco, y que por fín ese "rayo soñado de luz" llegara con fuerza a su oscuro sótano, algo que se podía saber con tan sólo una mirada.